domingo, 29 de agosto de 2010

La tienda de dulces .Un recorrido por el arte y la historia


La tienda de dulces

Un recorrido por el arte y la historia


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No sé porqué, pero la imagen de una tienda de dulces -algo así como las que traigo hoy en la colección de imágenes-, es algo que va conmigo desde que era niña.

Posiblemente sea que las viera en alguna ilustración que ahora no recuerdo. Puede que en alguna peli, o más posiblemente -me viene ahora a la cabeza- en un capítulo de Pipi Calzaslargas . Ese sí que lo recuerdo, y también alguna vaga imagen de alguna peli con James Stewart?, o similar...
No sé, lo cierto es que nunca conocí ninguna que se pareciera a éstas , que sin embargo son las del tipo que tengo grabadas y asocio con lo que debe de ser una tienda de dulces; con sus frascos llenos de caramelos y gominolas de colores. Esos como los que tengo yo ahora en mi local que - ya lo estoy viendo- va a terminar pareciéndose a las dichosas tiendas de caramelicos


Imagen: Tahirih Goffic


Sea como fuere, y como la verdad es que no he logrado encontrar una gran colección de imágenes para traer sobre el tema en cuestión, lo mejor va a ser desarrollarlo un poco y hacer un apañete, contando de paso su historia. Así que allá va

Resulta que los primeros dulces que comenzaron a comercializarse se hicieron a través de las antiguas boticas, hoy día farmacias. En su origen eran simplemente una mezcla de azúcar y hierbas empleados con fines medicinales -tipo anisetes y tal-, ideales para la indigestión o los problemas de gases. Y todavía hoy nos quedan algunos derivados de aquellos primerizos: los caramelos de menta, por ejemplo.




Y aunque ya los antiguos egipcios y chinos se daban algún que otro homenaje dulce confitando frutas o embebiendo nueces en miel, y en las bacanales romanas y griegas las frutas confitadas iban que volaban.., tras la invasión bárbara la cosa cayó en desuso, y no sería hasta el siglo XVll el que los primeros caramelos hechos a base de azúcar de remolacha se implantaran en Inglaterra o Estados Unidos como tales.




Imagen: Daniela Volpari ( gracias Klimtbalan)

La cosa es que, aunque empezaron su andadura americana primero en forma de sirope, en el área de Nueva Amsterdam -hoy día Nueva York-, comenzó a surgir con paso firme una especie de amalgama de almendra triturada y azúcar que ,con el nombre de marzipán (marzipán, mazapán, lee AQUI ), empezó a ganar adeptos. Y con ellos: llegaron las probatinas.



El famoso marzipán estaba de rechupete, así ,tan sólido él.


Por qué no inventar algo parecido?





Ah, claro, ellos al estar tan lejos no sabían que ya desde el siglo XV los árabes, ¡cómo no!, con su famosa dulcería, tenían algo llamado qandi que era una mezcla sólida de azucar y sabores, que -una vez conocidos y experimentados allí- terminarían transformándose en los famosos candies, o caramelos, y de entre ellos , los limón o menta destacaban como favoritos.


Imagen: Victoria Heryet



Imagen: Ralph Hedley









Imagen: Kirkby Lonsdale






Imagen: James Charles




Imagen: Holly Hobbie




Por favor, si alguien tiene imágenes de cuadros acerca del tema o sabe dónde encontrarlas se lo agradecería un porrón. Voy loca buscando...

martes, 17 de agosto de 2010

¡Coco**, coco, coco fresco!

Imagen: Jim Daly



¡Coco**, coco, coco fresco!


**Nota= Curiosamente , y aunque a nosotros llegó traducido como coco pues en francés se le llama asi, no es al agua de coco a lo que el cuento se refiere, sino al agua de regaliz , tal y como expliqué en la entrada anterior: LEELO AQUÍ


Me habían contado cómo murió mi tío Ollivier. Yo sabía que, estando él a punto de expirar dulce, tranquilamente, en la penumbra de la amplia habitación, cuyas persianas se habían cerrado porque hacía un terrible sol de julio, se oyó en la calle, en medio del silencio agobiador de la ardorosa tarde canicular, el tintineo argentino de una campanillita, seguida de una voz bien timbrada que rasgó la atmósfera pesada y calurosa: «¡Coco fresco! ¿Quién quiere refrescar, señoras, con el coco; quién quiere coco fresco?> Mi tío tuvo un sacudimiento, algo así como el cosquilleo de una sonrisa estremeció sus labios, brilló en su mirada una última alegría, y casi en seguida apagaron sus ojos para siempre.
Estuve presente en la apertura del testamento. Como era natural, mi primo Santiago heredaba los bienes de su padre. La última cláusula me interesaba a mí. Hela-aquí: «Dejo a mi sobrino Pedro un manuscrito, compuesto de algunas hojas, que se encontrará en el cajón derecho de mi escritorio, y además quinientos francos para que se compre una escopeta de caza, con cien francos más que le ruego tenga a bien entregar al primer vendedor de coco que se tropiece en la calle...»
La estupefacción fué general. El manuscrito que me entregaron me dio la clave de aquel sorprendente legado.
Lo copio textualmente:
«Los hombres han vivido siempre bajo el yugo de las supersticiones. Hubo tiempos en que era creencia general que por cada niño que nacía se encendía una estrella, y que ésta seguía las vicisitudes de la vida de aquél, señalando con su mayor brillo los momentos de felicidad, y volviéndose más oscura en sus horas de desgracia. Se presta fe a la influencia de los cometas, de los años bisiestos, de los viernes, del número trece. Créese que ciertas personas lanzan maleficios, dan el mal de ojo. Suele decirse: «Me ha traído mala suerte el haberme tropezado con él.» Todas estas cosas son verdaderas. Yo creo en ellas... Me explicaré. No creo en que las cosas o los seres ejercen una influencia oculta; pero sí creo en el azar bien ordenado. Es cierto que el azar ha hecho que mientras visitaba nuestro cielo algún cometa, tuviesen lugar acontecimientos importantes; y otros en los años bisiestos; es cierto que ciertas desgracias notables han ocurrido en viernes, o han coincidido con el número trece; que el encontrarnos con determinadas personas ha coincidido con la repetición de determinados hechos, etc. Y de ahí nacen las supersticiones. Se basan éstas en una observación incompleta, superficial, que ve causa donde sólo hay coincidencia, y no se preocupan de ahondar más.
»Pues bien: mi estrella, mi cometa, mi viernes, mi número trece, mi hechicero, ha sido, sin género de duda, el vendedor de coco.
»Me han contado que el día en que nací se plantó uno debajo de nuestras ventanas y se pasó allí el día dando gritos.
»Tenia ocho años e iba un día mi niñera a dar un paseo por los Campos Elíseos. Cuando cruzábamos la avenida, uno de estos industriales agitó súbitamente su campanilla a mis espaldas. A mi niñera se le habían ido los ojos tras un regimiento que desfilaba a distancia; yo me volví para ver al vendedor de coco. En ese instante se nos venía encima un carruaje de dos caballos, brillante rápido como una centella. El cochero nos gritó. Mi niñera no oyó nada, y yo tampoco. Sentí que me derribaban, que algo pasaba por encima de mí, que me magullaba... y, sin saber cómo, me vi en brazos del vendedor de de coco; para reconfortarme, me hizo aplicar la boca a una de las llaves, abrió el grifo, me roció con él... y me sentí completamente bueno.
»Mi niñera resultó con la nariz rota. Siguieron yéndosele los ojos tras los regimientos, pero ya a los soldados no se les iban los ojos tras ella.
»Dieciséis años. — Acababa de comprar mi primera escopeta; la víspera de la apertura de la caza me dirigía hacia las oficinas de la diligencia; daba yo el brazo a mi madre, que, debido a su reumatismo, caminaba muy despacio. De pronto, oigo gritar a nuestras espaldas: «¡Coco, coco, coco fresco¡» El pregón se fue acercando, nos siguió, nos persiguió. Me producía a mí la sensación de que era un ente vivo, que hablaba. conmigo, que me insultaba. Creo que la gente me miraba sonriendo; y el vendedor seguía gritando: «¡Coco fresco!», igual que si se estuviese burlando de mi brillante escopeta, de mi morral nuevo, de mi flamante traje de cazador, hecho de pana color marrón. Aun dentro del coche seguía oyéndolo.
»Al día siguiente no cobré pieza alguna, pero maté a un perro que corría y que yo confundí con una liebre, y a una gallina, que se me antojó perdiz. Vi posarse en un seto un pájaro; disparé, y salió volando; pero un mugido espantoso me dejó clavado en mi sitio. El mugido no se calló hasta el anochecer. ¡Ay! Mi padre tuvo que pagar a un pobre granjero con el valor de la vaca.
»Veinticinco años.—Cierta mañana me encontré con un anciano vendedor de coco, muy arrugado, muy encorvado, que se arrastraba con dificultad apoyándose en un bastón y como doblado por el peso de su fuente. Me dio la impresión de que era una especie de divinidad, el patriarca, el ascendiente, el gran jefe de todos los vendedores de coco del mundo. Me bebí un vaso de coco y le pagué un franco. Una. voz profunda, que más bien parecía salir del depósito metálico que del hombre que lo llevaba, gimió: «Esta acción os traerá buena suerte, señor.»
Aquel día conocí a mi mujer, que me hizo siempre feliz.
»Y, por último, he aquí cómo no llegué a ser prefecto por la intervención de un vendedor de coco.
»Había habido una revolución. Me invadió el ansia de hacerme hombre público. Yo era rico, apreciado, tenía relación con un ministro; le pedí una audiencia, indicándole el objeto de mi visita. Me fue concedida en los términos más atentos. »El día señalado—era verano y hacía un calor terrible—me vestí de pantalón claro, guantes claros, botines de tela clara con las puntas de charol. Las calles echaban-fuego. Se hundían los pies en las aceras, que . se derretían; las grandes cubas de riego convertían la calzada en cloaca. Los barrenderos amontonaban de trecho. en trecho aquel fango cálido, y como si dijéramos artificial, y lo tiraban por las alcantarillas. Sin pensar en otra cosa que en mi audiencia, caminaba yo de prisa; de pronto me encuentro con uno de esos barrizales; tomo impulso... A la una..., a las dos... Un pregón agudo, terrible, me rasga los tímpanos: «¡Coco, coco¡, ¿Quién quiere coco?» Hago involuntariamente un ademán de sorpresa..., resbalo... Fué una cosa lamentable, atroz... Me encontré sentado en el fango... Mis pantalones habían tomado un color oscuro, mi alba camisa estaba salpicada de barro, mi sombrero nadaba a mi lado. La voz furiosa, ronca de tanto gritar, seguía vociferando: «¡Coco, coco!» Y delante de mí había veinte personas, dobladas de risa, mirándome y haciendo gestos horribles. »Volví corriendo a casa. Me mudé de ropa. La hora de la audiencia había pasado.»
El manuscrito terminaba así:
«Hazte amigo de un vendedor de coco, mi querido Pedro. Por lo que a mi respecta, me iré contento de este mundo si en el momento de morir oigo a uno de ellos pregonar su mercancía.»

Al día siguiente tropecé en los Campos Elíseos con un hombre muy viejo, cargado con su depósito, y que parecía muy pobre. Le entregué los cien francos de mi tío. se estremeció de asombro, y luego me dijo:
—Muchas gracias, jovencito; esta acción le traerá buena suerte.


Guy de Maupassant




miércoles, 4 de agosto de 2010

Agua de regaliz. Qué refrescante gazapo

Imagen: Louis Haghe




Agua de regaliz. Qué refrescante gazapo




Hoy os voy a contar una historia curiosa.

La historia de un gazapo.


Puede que a más de uno os suene el nombre de "agua de regaliz" a uno de los relatos de Guillermo el travieso, de Richmal Crompton, pues era gran aficionado a tomarlo.


(Guillermo en la imagen)

Puede que a otros os suene más a musiqueta ...


Pero ... lo que es casi casi seguro es que si os digo "Coco, coco, coco fresco" penseis : a esta tía se le va la pinza.

Y sí, puede que sí, e incluso el más avezado diga: y además eso es un relato de Maupassant. Pues también.

(el texto original de Maupassant y el coco en la siguiente entrada ...)



Pero la cuestión es que -aparte de mis idas de pinza varias o no- , hoy vamos a hablar de la historia de un gazapo.

Sí efectivamente, aquel que une subterráneamente y de un modo peculiar al coco con el regaliz.

Cuando yo era cría era frecuente ver a los vendedores de palos de regaliz (en la imagen) , que no sé porqué eran conocidos en mi ámbito estudiantil como: "palulús"; pero eso es otra historia.

La cuestión es que lo que yo nunca llegé a conocer, por más que sí lo hubiera leído mil y una veces en las historias de Guillermo, es la famosa agua de regaliz que tan de rechupete le sabía a él.

Y ni mucho menos podía imaginar cuando leí a Maupassant lo otro, que también él se refería a lo mismo.

Pero héte aquí que allá que te allá los años voy y caigo en la cuenta que una extraña traducción del momento hizo lo que se conoce como : "un falso amigo" con el término : coco.
Vereis:

El agua de cocción de raíz de regaliz macerado con un poco de limón, y en ocasiones aderezado con menta, es un remedio antiquísimo para combatir el calor en las épocas de estío que ya se empleaba como remedio eficaz en el antiguo Egipto.

Y actualmente todavía pueden verse estos vendedores ambulantes por las calles del Cairo. (en la imagen)


De hecho era algo tan común en toda aquella zona que la raíz del asunto llegaba hasta Mesopotamia donde, ya los babilonios hace 4000 mil años la empleaban para fortalecer el sistema inmunitario.


Lógicamente ellos no lo llamaban así, claro. Pero sí se daban cuenta de que les proporcionaba vigor y fortaleza, además de arreglarles problemas estomacales: entre otros la acidez de estómago y las úlceras.

Tan es así que en la tumba del dichoso Tutankamon han sido encontrados los famosos palulús de mi infancia ...


O sea , no los de la mía propiamente dicha, claro está, porque él es algo mayor que yo ... Pero tiene gracia que en el fondo fuera como los críos de
mi cole ... y se fuera a la tumba masticando palulú...


¿Padecería el pobre acaso de gastritis?

No sé.

Pero dejando a un lado tumbas , siglos, árabes , dolores y tal... en Europa, por el contrario, el agua de regaliz -directamente heredada de Siria e Irak- estuvo muy de moda en las calles de París y Bruselas durante el siglo XVIII .

Y cuando digo en las calles quiero decir : literalmente en la calle , pues eran los vendedores ambulantes quienes con su fuente árabe -una réplica de aquellas, se entiende- y ataviados con su cinturón llenito de tazas de plata, se paseaban arriba y abajo gritando aquello de :

"Coco,coco, coco fraise"...

coco, coco fresco ... que traduciría aquel...


Y en España, de haberlos habido :

"Regaliz, agua de regaliz, fresquita.."

Sea como fuere -y aunque hoy día no creo que exista ya este tipo de mercado ambulante en ningún lugar de Europa-, la bebida en cuestión entonces, y hablamos de los siglos XVIII y XIX, acabó poniéndose de moda .

Y no sólo por su eficacia o sabor, sino también porque era un refresco muy agradable que salía de precio fetén.



Ole qué bien, mira tú: tres en uno. Bueno , bonito y barato


Hoy, en estos días en que padecemos semejantes calores, y penurias económicas laborales, digo yo, ¿no sería interesante que volviera a circular un tipo de mercado semejante?

Siempre me han llamado la atención los famosos puestecillos de limonada casera con los que los críos norteamericanos ( y de otos lugares) se sacaban sus perrillas a la puerta de casa. Aquí no creo que hayan existido nunca. Al menos yo no los ví jamás.

Si ví alguno alguna vez fue sólo en las viñetas de Carlitos y Snoopy , ilustraciones infantiles, o algo similar.




Ni tampoco ví jamás un vendedor de agua de regaliz o cualquier otra cosa ambulante, salvo aquel vendedor de manzanas de caramelo que ya dije (lee AQUI)

Y así, algo similar a eso, salvando las distancias... recuerdo los kioskos de horchata, granizados y agua de cebada que había antes en los Madriles, pero que ya no sé ni siquiera si siguen. Muy posiblemente no





Digo yo... ahora que parece que los tiempos nos han dado el bofetón a las apariencias, y volvemos todos a un estilo de vida más natural y sencillo, más artesano y tal, a la par que con un calor achicharrante ... ¿porqué no desempolvar antiguas profesiones y sabores? No sé, algo así...

Yo creo que sí habría cabida, seguramente, para un tipo de refresco como el agua de regaliz artesanal. Que además de rica es medicinal.

No sé ... Ahí lanzo la pelota. Por si alguien la quiere escuchar